lunes, 22 de febrero de 2010

"EL CANTAR DE GENJI", de MURASAKI SHIKIBU

"El cantar de Genji" es una obra ficcional escrita a comienzos del siglo XI por una dama de palacio conocida por su seudónimo "Murasaki Shikibu". Sitúa la acción unos setenta años atrás, y narra la vida del príncipe Genji, héroe tan apuesto como refinado. La novela, indiscutiblemente la mejor de la literatura japonesa, consta de 54 capítulos extensos. Su ritmo es reposado y reflexivo, la acción pausada, pero posee un realismo poderoso y una penetración sicológica sorprendente.

El fragmento del capítulo quinto que presentamos describe cuando Genji, de diecisiete años y ya casado (pero enamorado de su madrastra Fujitsubo) encuentra por primera vez a Murasaki, una niña que llegaría más tarde a ser su gran amor.


Era largo el sol de primavera en el monte, y estando Genji ocioso, al atardecer, a la hora en que una bruma ligera envolvía las montañas, se fue a contemplar el seto de zoisias que había visto por la mañana. Mandó a sus vasallos que volvieran al templo cercano y se llevó de compañía sólo a Koremitsu. Justo frente al seto, en la casa vecina, había una monja que rezaba ante el altarcito de su oratorio. La persiana estaba algo levantada y se la veían ofrecidas florecillas a Buda. Estaba sentada sobre el tatami, cerca de una columna, en el centro de la habitación, y tenía una sutra abierta sobre el taburete del brazo. Parecía enferma, y por la manera como leía se notaba que no era una simple monja. Su edad como cuarenta años, su tez muy blanca, distinguida de aspecto, y aunque algo delgada, tenía las mejillas ligeramente mofletudas. Los ojos eran hermosos. Su cabello, corto y lacio, parecía darle más prestancia y atractivo que si lo hubiese llevado largo.

En la habitación había también dos o tres señoras ya maduras y muy hermosas. Varias niñas entraban y salían, jugueteando. Una de ellas, como de diez años, que vestía un kimono amarillento sobre chambra blanca, y que entró de pronto a la carrera, poseía unos rasgos finísimos imposibles de describir. Algún día sería una belleza. Los cabellos le caían lacios por la espalda, suavemente abiertos como un abanico. Parecía acabar de llorar, y tenía las mejillas enrojecidas como de habérselas restregado para enjugarse las lágrimas. Se acercó a la monja y se quedó allí parada.

La monja levantó su cara, interrumpiendo la lectura.

- ¿Qué te pasa? ¿Te has enfadado con las amiguitas?

Las dos caras se parecían y Genji pensó si no serían madre e hija.

- Inuki ha soltado mi gorrioncito. Yo que lo tenía en una cestita para que no se escapara...

Lo deciá con mucho sentimiento. Una de la mujeres dijo:

- Otra vez esa tontorrona tiene que disgustar a la señorita. ¡Es insoportable! ¿Y a dónde se habrá ido el gorrión? ¡Ya que se había acostumbrado y con lo bonito que era! Si ahora se escapa y lo encuentra los pajarracos del monte, ¿qué va a ser de él?
Y mientras así hablaba, se incorporó. Vuelta de espalda, con su pelo largo lánguidamente caído, y sus movimientos elegantes, daba la impresión de ser una mujer distinguida. Las otras se dirigían a ella llamándola "ama Shonagon", por lo que debía de ser la nodriza de la niña. La monja habló de nuevo dirigiéndose a la niña:

- Y tú, siempre tan niña chica. Yo no sé si me voy a morir hoy o mañana, y tú sin pensar en eso, preocupándote de tu gorrión. ¿No te he dicho muchas veces que a nuestro Señor Buda no le gusta que metas los gorriones en una cesta? Ven aquí.
La niña se sentó. Su rostro era bellísimo. Las cejas, finas y alargadas. Todo en ella, la frente sobre la que caía naturalmente su flequillo infantil, y la suavidad del cabello, indicaban una hermosura exquisita.


Genji la imaginó ya mayor, y dibujó en su fantasía la figura de una mujer soberbia. Y en el momento en que se preguntaba por qué se sentiría tan cautivado por aquella chiquilla, Genji se dio cuenta de que era por parecerse a su anhelada princesa Fujitsubo. Lágrimas de cariño le corrieron por la cara.

La monja acariciaba el cabello de la niña.

- No te gusta peinártelo, ¡pero tienes un pelo tan bonito! Eres tan niña que me traes preocupada. A tu edad muchas niñas no son así. Cuando tu madre la princesa tenía doce años se le murió su padre, y ya ella sabía lo que es tener pena. ¿Y qué va a ser de tí cuando yo me muera?

Y como la monja no dejaba de llorar, hasta Genji, que lo veía todo, acabó por entristecerse. La niña se quedó un rato mirando muy seria la de la monja, y luego bajó la frente. El cabello, cayéndole sobre el rostro, brillaba con un fulgor sereno. La monja recito:

No sabe el rocío
si irá a entallecerse la joven yerba, y no tiene entrañas de desvanecerse.
Una de las señoras se conmovió y dijo llorando:

¿Acaso el rocío irá a disiparse antes que sepa si la yerbecita llegara a buen talle?

En este momento entró el pavorde de la sala contigua, y dijo:

- Esta sala está demasiado expuesta a la vista. ¿Y hoy precisamente os ponéis junto a la veranda? Acabo de enterarme de que el coronel Genji ha venido a ver al ermitaño del monte, a curarse de unas tercianas. Ha sido todo en sigilo, y aunque estoy tan cerca, hasta ahora no he podido cumplimentarlo.

- ¡Válgame! ¿Nos habría visto así alguien de su séquito?
Y cuando se oyó que la monja decía esto, bajaron la persiana. El pavorde añadía:

- ¿No os gustaría conocer en persona al Señor Genji, que tanta fama tiene? Hasta a los monjes como nosotros que estamos apartados del mundo, cuando vemos su rostro, se nos olvida la vanidad de esta tierra. Parece que hasta nos quitan años de encima. Por lo pronto, voy a escribirle una misiva.

Genji volvió a la ermita del monte, por si al pavorde se le occuría salir a buscarlo. Y penso: He descubierto a una muchacha hermosísima; por encuentros como éste siempre quieren salir de viaje los jóvenes de mi séquito; por capturas como ésta; lo poco que salgo de la Capital, y cuando lo hago me encuentro con esta sorpresa; y la chica, bien bonita que es; ¿qué abolengo tendrá?

Y Genji ponderaba: ¡Si pudiera tenerla conmigo y consolarme de no poder acercarme a la que yo quiero, y que tanto se le parece!


Traducción: Antonio Cabezas

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