sábado, 10 de abril de 2010

Un homenaje personal.

IMPACTO MUTUO DE JAPÓN Y LAS DEMAS CIVILIZACIONES

Puede afirmarse, sin errar demasiado, que en el mundo actual existen 5 grandes civilizaciones: Occidente, China, India, Japón, y el mundo islámico.

Primera oleada cultural

Japón recibió al comienzo de su historia el impacto de las otras dos culturas orientales: la India por su aceptación del budismo y la China por su adopción de la escritura, la ética social confuciana, cientos de artesanías y hasta la versión típica china del budismo.

El siglo ibérico

Japón comenzó a conocer Occidente con la arribada de los portugueses en 1543 y de los españoles cuarenta años más tarde. Las relaciones se mantuvieron hasta 1643. Los ibéricos introdujeron en el país innumerables avances culturales: productos agrícolas, conocimientos teóricos de astronomía, geografía y matemáticas, bellas artes (en especial, pintura y música), productos químicos y físicos (el jabón, el espejo, el aguardiente, el vino, las lentes y telescopios), técnicas metalúrgicas y navieras etc. En mi obra "El siglo ibérico de Japón" doy una relación detallada. Por otra parte, los misioneros ibéricos llegaron a convertir a más de 750.000 japoneses, pero la persecución general iniciada en 1616 y mantenida durante 250 años casi erradicó del todo la cristiandad japonesa y cercenó su posible influjo en la sociedad.

En estos primeros encuentros de civilizaciones Japón aportó muy poco, pero no porque careciera de valores inexistentes en China y Occidente, sino porque estas dos civilizaciones, superiores en conjunto, no se dignaron examinar lo que podían aprender.

La restauración de Meiji

El siguiente encuentro de civilizaciones tuvo lugar a partir de 1852, cuando las naves americanas forzaron la apertura de Japón, enclaustrado desde 1641. En treinta años gloriosos (1868-98) Japón aprendió todo lo que Occidente había avanzado en cerca de tres siglos. Miles de profesores ingleses, americanos, alemanes y franceses enseñaron en su propia lengua a los universitarios del Japón y los alumnos más aventajados fueron enviados a los países avanzados de Europa y América a perfeccionar sus estudios. Por decisión imperial el país entero se puso a abandonar los errores y deficiencias del pasado y a aprender de Occidente no sólo ciencia y ténica, sino todo, absolutamente todo. Daré una lista lo más completa posible, pero sin entrar en detalles.

. Ciencias y técnicas.
. Teoría económica.
. Una moneda nacional. Japón no la tenía.
. Abolición del feudalismo, que había durado 789 años, y de los señoríos.
. Abolición de las 4 clases sociales: samurai, labrador, artesano y comerciante.
. Apertura comercial a todo el mundo.
. Códigos legales escritos. Japón carecía de leyes escritas.
. Introducción de partidos y sindicatos.
. Educación de todo el pueblo, incluso de las niñas.
. Formación de un idioma único.
. Secularización y un estado no confesional. El shinto fue reducido a un ceremonial
patriótico.
. Comienzo de nuevos sectores productivos: industria pesada y ligera, ganadería,
pesca de altura, exportación...
. Adopción del calendario gregoriano, el sistema métrico y la semana (con un día
de descanso).
. Implantación de la meritocracia, según el historial académico.
. Impacto de las artes occidentales, sobre todo música, pintura, arquitectura y
literatura.
. Práctica masiva del deporte. Junto con la mejora de la dieta y de los avances
médicos, la estatura media creció, subió la esperanza de vida (siendo Japón
al presente el país más longevo del mundo) y se disparó la población, que
desde 1600 estaba estancada en 30 millones, hasta alcanzar actualmente los
125 millones.
. La urbanización invirtió el hábitat de la población. Hasta 1868 el 80% vivía en el
campo. Actualmente el 80% vive en ciudades de más de 50.000.
. Cambió el vestido y, en gran parte, también la vivienda.
. La prensa tuvo un gran impacto sobre la población.

Todos estos cambios mencionados tuvieron lugar antes de terminar el siglo XIX. La decisión de abandonar las formas tradicionales y copiar de occidente era tan exacerbada, que Fukuzawa Yukichi, uno de los principales defensores de esta política, tuvo que elaborar una lista de los valores tradicionales japoneses que no tenían por qué desaparecer. Se salvaron así el judo, la forja de katanas, el noh, el kabuki, el ikebana, el bunraku etc etc.

Pero hubo también otro tipo de excelencias culturales que no cambiaron, sin necesidad de recomendaciones de ninguna clase, respondiendo a un slogan de la época: "Inteligencia occidental y espíritu japonés". Sobrevivió así el Japón entero:
(1) el sentido de disciplina, (2) el amor a la naturaleza, (3) la sensibilidad estética, (4) la cortesía, (5) el espíritu de trabajo, frugalidad y ahorro, (6) la cohesión y el compromiso, (7) el pragmatismo, (8) la hospitalidad, (9) la lealtad al propio grupo, (10) unas realciones laborales familiares (si se le quiere poner un epíteto derogatorio, "paternalistas"), (11) el predominio de la razón y la exclusión de la fe para solventar problemas ideológicos, (12) la delicadeza feminina, (13) los ideogramas y (14) un soberbio patrimonio cultural.

Esta vez Japón sí aportó cosas al intercambio cultural, pues Occidente aprendió de los ukiyoe, del haiku y del zen. Durante las últimas décadas del XIX y las primeras del XX Japón fue un paradigma de exotismo, buen gusto y sabiduría esotérica.

La postguerra

Tras la derrota de Japón en 1945 el país experimentó otros cambios profundos, siempre por inspiración de Occidente.

Se consumó del todo la liberación legal de la mujer y, lo que es más importante, la total libertad para casarse por amor, por elección propia, no por arreglo de la familia.

A partir de 1964 los japoneses pasaron a ser un pueblo de viajes al extranjero.

La nueva Constitución era pacifista y prohibía recurrir a la guerra para solventar los problemas internacionales.

Poco a poco se consiguió que el 85% de la población fuese de clase media.

Las fuerzas americanas impusieron una reforma agraria, que devolvió la tierra a quienes de verdad la trabajaban.

Se redujo el número de kanjis de uso general.

Apareció un nuevo zaibatsu, esto es, grupos de grandes empresas con otras trabajando para éstas en lo que se llama keiretsu.

Japón invadió (en el buen sentido de la palabra) los mercados mundiales.

La política, con el abrumador poder electoral del partido liberal-demócrata, que prácticamente gana todas las elecciones, goza de una envidiable estabilidad.

Japón se ve libre de las drogas, el paro, la delincuencia, el fanatismo religioso, las listas de espera en los hospitales.

La actualidad

El Japón actual, a partir de 1969, año en que rebasó a Alemania en PIB, para situarse como segunda economía mundial, sí influye poderosamente en el mundo, no sólo por sus productos industriales, sino también por sus ideas y gustos: artes marciales, el manga y los dibujos animados, la literatura, la cocina, el bonsai, el ikebana y el cine...

No olvidemos la ingente cantidad de matrimonios internacionales que se han celebrado desde 1945, ni los varios millones de emigrantes japoneses asentados en Brasil, USA, Perú, México, Argentina, Cuba...

Por todo lo dicho parecería que el intercambio cultural entre Japón y Occidente ha llegado a su límite, a su fin, porque ya no existe por parte japonesa nada que aprender de occidente, ni por parte nuestra nada que aprender de ellos. Esto nos sumerge en el centro del problema.

Quienes conocen a fondo Japón y alguno de los países occidentales - vamos a ceñirnos, para simplificar, a España - , saben que en Japón ha aprendido todo lo bueno que tenemos, ni nosotros todo lo que ellos tienen de valioso. En España padecemos una serie de problemas que Japón tiene resueltos y viceversa, Japón se enfrenta a ciertas deficiencias, que nosotros tenemos resueltas. Cuando alguien en Japón propone ahora que aprendan de España para solucionar este o aquel problema, los patrioteros responden que Japón no es España. Y lo mismo responden nuestros patrioteros cuando proponemos que España aprenda de Japón esto o lo otro. Admirables perogrulladas.

Los españoles conocemos muy bien nuestras lacras actuales: la lucha armada contra ETA, la crispación política, el paro y los contratos basura, el deterioro de la educación, las listas de espera en los hospitales, la droga, la inseguridad ciudadana, el tráfico, la politización de la iglesia y la vivienda.

Y los japoneses conocen también sus deficiencias: el infierno de los exámenes de acceso a la universidad, una educación excesivamente memorística, las facciones dentro de los partidos políticos, el exceso de trabajo, demasiadas normas sociales, el indiferentismo religioso, un excesivo consumo de fármacos, el conformismo ante el estado y las grandes empresas, el mito de su unicidad cultural impenetrable.

Basta leer estas dos listas para llegar a la conclusión de que algunas de nuestras miserias no existen allí y algunas de sus miserias no las padecemos aquí. Lo lógico sería estudiar por qué, y cómo han conseguido los unos solventar problemas que los otros no consiguieron resolver y viceversa.

Este análisis no se ha realizado porque para los japoneses España nunca ha sido un país modélico en cuestiones sociales y culturales. Y en España hemos solido aprender de Europa, no de Japón. Decía Ortega: "España es el problema y Europa la solución". El caso es que tampoco los grandes países avanzados han mirado a Japón en busca de sabiduría. Decía Octavio Paz: "Japón nos ha enseñado a sentir, no a pensar". Este "nos" del gran poeta mexicano no se refiere a México, sino a Occidente. Pero el caso es que Japón no nos ha enseñado ideas porque no nos hemos dignado conocer sus pensamientos.

Los rechazos de Japón

Hay algunos fenómenos culturales de Occidente que Japón no adoptó por decisión consciente y deliberada. Uno de ellos es el cristianismo. Los japoneses sienten una gran estima por la figura histórica de Jesús, pero se negaron a afiliarse a la iglesia, aunque se lo plantearon, debido a una serie de tesis que repugnaban a su sensatez: el infierno, el poder omnímodo del clero, la revelación de Dios a Israel y a unos cuantos judíos del siglo I y no a todos los hombres, la resurrección de la carne, la indisolubilidad del matrimonio, la prohibición de los anticonceptivos, la idea misma de una redención sangrienta. A pesar de no monstar interés alguno por convertirse, los japoneses admiran la labor caritativa y social de los cristianos, sobre todo de las órdenes religiosas dedicadas específicamente a aliviar el dolor del mundo.

En todo orden de cosas, los trabajadores no gozan de un mes de vacaciones pagadas (sólo quince dias y, si es posible, no de un tirón, para no desbarajustar la cadena de producción), ni se les concede permiso de paternidad. En Japón no hay oposiciones, ni la enorme cantidad de subsidios y ayudas que los gobiernos conceden en Europa por cualquier motivo, casi siempre con intenciones electoralistas. Las VPO son escasísimas y las concede el estado a los funcionarios que deben cambiar de residencia rápidamente. La vivienda es tan cara como en España, pero cada uno debe resolver este problema por sí solo, sin depender del abuelito estado. Menciono estas cosas para que veamos que Japón no imita ciegamente cuanto ve en Occidente, sino que antes de adoptar cualquier práctica pondera sus méritos y peligros.

Japón sin paro

Vamos a examinar de cerca el modo como Japón ha solucionado el problema del paro. Ante todo, no me digan que las cifras oficiales dan un 4 o 4'5% de desempleo. Hay que saber quiénes entran en las listas de paro. La inmensa mayoría son esposas cuyo marido trabaja, ganando lo suficiente para mantener la familia, pero como ya los niños son mayorsitos y no necesitan los cuidados de la madre en casa, ellas desean conseguir un empleo fijo, teniendo presente que si desean solamente trabajar por horas, hay innumerables ofertas en el mercado. En las listas del paro no se hallarán muchos jóvenes u hombres maduros. Existe un convenio social no escrito, según el cual las muchachas trabajan hasta el momento de casarse o hasta poco antes de su primer parto, pues a partir de entonces su trabajo está en la familia y en la crianza de los niños. Otro pacto social tácito, no refrendado por ninguna ley específica, sostiene que deben encontrar empleo todos los muchachos recién graduados de la universidad o de los centros de formación profesional, los cuales consiguen desde el principio de su carrera laboral un puesto fijo, percibiendo un sueldo suficiente para poder casarse y vivir modestamente. El grupo empresarial en su conjunto oferta cada año en abril un número de puestos de trabajo equivalente al número de graduandos, de forma que todos puedan trabajar después de haberse preparado durante 18 años. Como todos carecen de experiencia laboral y desconocen los detalles concretos de su tarea, durante los primeros seis meses deben permanecer en sus puestos de trabajo al terminar cada jornada, para recibir orientación y estudiar lo que necesiten. A casi nadie le interesa cambiar de empresa, porque la fidelidad y la veteranía se premian de modo especial. A grandes rasgos, tal es el esquema laboral de la gran mayoría de los japoneses.

Ante esto, muchos españoles arguyen que el arbitrio es machista, privando a la mujer de su derecho a mantener su puesto de trabajo después de casarse. Los japoneses responden que la diferencia de sexos no es una perversidad cultural o política, sino un designio de la madre naturaleza. Desarrollar el feto y amamantar al bebé son operaciones de la mujer, que no podrán atender adecuadamente a otros menesteres mientras sus hijos sean pequeños. Responden también que por encima del derecho de la madre a trabajar está el derecho de los niños a ser criados por su madre biológica. Pero la gran dificultad que encuentran los españoles en la solución japonesa es que en España el sueldo del marido no suele bastar para alimentar a la familia. ¿Cómo se consigue en Japón que las empresas paguen al marido lo suficiente? Los españoles pensaríamos en seguida en que existe una ley perentoria que obliga a las empresas a pagar lo suficiente, pero la tal ley no existe en Japón. Como en tantas otras cosas, se trata de un pacto social. La patronal sabe perfectamente lo que se necesita para vivir y sabe perfectamente que el empleado producirá más si está contento y no en un aprieto constante. El estado, por su parte, concede a las empresas una serie de privilegios, prebendas y beneficios, que dependen de que se mantenga la estabilidad social y la satisfacción general de la ciudadanía.

A diferencia de Occidente, donde todo se arregla con leyes y contratos escritos, en Japón basta con una armonía de pareceres y voluntades.

Japón sin delincuencia

Como resultado de esta situación laboral, no soprenderá que la pequeña delicuencia (digo pequeña para distinguirla de las mafias, de las que hablaré a continuación) sea prácticamente inexistente. Hay una eficiente policía de barrio, todos trabajan y ganan lo suficiente y las leyes castigan con severidad los delitos de robo con reincidencia. Estos tres hechos lo explican todo.

Japón sin drogas

¿Y la mafia japonesa, los famosos yakuza o bôryokudán? Existe, en efecto, y goza de buena salud. Se trata de grupos diversos, llamados kumi, cuyas oficinas no se esconden de la vista pública. En primer lugar, algunas de sus operaciones son legales: vigilancia, seguridad personal, promoción de artistas etc. Pero todos los grupos, o casi todos, se dedican a diversas actividades prohibidas por la ley: el juego (que es donde ganan más), la prostitución y las drogas. Pero aquí es donde se aprecia más el genio japonés para arreglar los problemas, negociando, si es preciso, con el propio Satanás. Por razones históricas, que ahora huelga pormenorizar, los grupos mafiosos japoneses son de extrema derecha, y cuando llega la hora de escoger entre los barones del partido liberal-demócrata al siguiente primer ministro, los grupos mafiosos intervienen de modo más o menos directo para canalizar los donativos políticos de la patronal hacia el candidato más afín. El caso Lockheed demostró que los grandes sobornos de esta empresa americana fueron canalizados a través de la mafia. Pues bien, cuando en los años sesenta la droga hizo su aparición masiva en Occidente, el gobierno japonés debió de celebrar ciertas negociaciones secretas con la cúpula del crimen organizado para que, a cambio de no introducir drogas en el país (que serían una ruina para la población entera), las fuerzas del estado dejasen actuar discretamente a la mafia en cuestiones de juego y prostitución. Y así se hizo. Los yakuza van a ciertos países del sudeste de Asia (Taiwan, Tailandia, Filipinas) para reclutar a muchachas, que entran en Japón con un visado de artistas por seis meses (periodo no renovable inmediatamente). En Occidente se considera indercoroso negociar con delincuentes, aunque a niveles inferiores, o no tan inferiores, exista cierta componenda entre las mafias de la droga y la prostitución y las fuerzas del estado, para no molestar demasiado a quienes, en realidad, satisfacen demandas sociales que o no dañan a nadie, o dañan sólo a los interesados, como en el caso de la droga... La mafia japonesa interviene en el mercado de la droga, pero no para introducirla en Japón, sino para canalizar la droga asiática hacia los países avanzados de Occidente, fundamentalmente los Estados Unidos.

Los contactos personales

El pueblo español, que no visita Japón en grandes números y que de los medios informativos recibe pocas noticias sobre aquel país, carece de medios para conocer la realidad nipona y, por lo tanto, ni soñará siquiera con las soluciones que en Oriente se han dado a algunos de sus problemas.

Pero los japoneses, sobre todo los jóvenes, sí visitan España, cada vez en mayor número, y poco a poco conocen nuestra realidad y la admiran por los valores de que ellos carecen: la libertad social más irrestricta, la cordialidad, la cultura del ocio, el rumbo, el predominio del sentimiento, la música, el humor... Existe un humor japonés, a veces el ingenuo de los manga, a veces el sarcástico y oscuro del cineasta Kurozawa, a veces tierno y melancólico de Kitano "Beat" Takeshi. Existe también el arte antiguo de contar chascarrillos (rakugo), pero aun así, los japoneses aprecian nuestro humor, cuando es traducible y no depende de juegos de palabras.

Y lo que ocurre en España con los jóvenes visitantes del Japón ocurre también en otros países occidentales (Italia, Francia, México, Brasil, Estados Unidos, Inglaterra...), de forma que de un modo natural, sin programación alguna premeditada, se está realizando una verdadera transformación espiritual de millones de jóvenes. No todo tiene que ser en este mundo política gubernamental. Los turistas europeos cambiaron a España en los años del franquismo, no por sus ideas políticas, sino por su forma de vivir.

El flujo cultural que surge del contacto directo entre los jóvenes no es unidireccional. Los occidentales aprendemos la disciplina, la ética de trabajo, la racionalidad, el espíritu de cohesión y compromiso, la apertura cultural, cortesía y optimismo de la juventud japonesa.

A nivel gubernamental, por su puesto, estos influjos difusos carecen de importancia, como que no existen. Los políticos sólo ven la difusión de la propia cultura que se realiza a través de los centros culturales oficiales, como el Instituto Cervantes, el Goethe, etc, o a través de exposiciones organizadas por los gobiernos, o de traducciones de nuestras letras a otros idiomas. Pero ni los gobiernos ni los medios se interesan por los miles de españoles que viven en medio de culturas distintas, ni por los contactos personales de extranjeros en nuestro país.

Las culturas, bien se ve, se difunden muchas veces a través de sucesos menudos y contactos personales desconocidos. Tal ocurrió también en épocas pasadas. Japón adoptó muchas cosas no por decisión expresa del gobierno japonés, sino por la libre voluntad de sus ciudadanos. Así se abrió en Japón el primer café de la historia. Mori Ôgai fue a Alemania para aprender medicina militar, pero leyó en alemán, y tradujo al japonés, "La vida es un sueño" de Calderón. El progresivo abandono del matrimonio arreglado (miai kekkón) tras la derrota de 1945 no se debió a una nueva ley, sino a la influencia del cine y la vida occidental.

La universidad

Aparte de los contactos personales, existe una institución a escala universal que puede contribuir enormemente a la difusión de las culturas. Es la universidad, pública o privada, que por su naturaleza se dedica a la conservación, el desarrollo y la trasmisión del saber. El descubrimiento de ciertas verdades nuevas choca casi siempre con intereses creados, con el status quo, con los poderes constituídos. Muchas de las innovaciones culturales, en Japón o en España, se han impuesto después de luchar tenazmente con ideas arcaicas, falacias ancestrales y espantadas típicas de la casta. Juan Pablo I confesó que hasta el Vaticano II él había creído devotamente en la bondad de la inquisición. En España se produjo la transición después de que los estamentos dirigentes hubiesen rechazado durante cuarenta años la democracia liberal como un error de Occidente. La universidad no se preocupa de que la verdad sea roja o azul, como a Deng Xiao Ping no le importaba que el gato fuera rojo o blanco, sino que cogiera ratones.

La universidad es el bastión de la verdad, que de ordinario se opone a la propaganda de los políticos, a los mitos populares y a la ignorancia de los profanos. La universidad no entiende de verdades reveladas ni de directrices partidistas. Hablando de Japón, los medios informativos han sido unánime en defender la hipótesis de que la profunda crisis financiera que padece el país desde 1990 se debió a defectos estructurales de su economía. La verdad histórica es que se debió al colapso repentino inesperado del bloque soviético, que provocó una transferencia de recursos del capitalismo mundial hacia los países recién salidos del comunismo, cancelando las inversiones que hasta entonces fluían hacia la bolsa y el suelo de Japón. Esto sí se ha demostrado, no la quimérica hipótesis de que nada menos que las estructuras económicas del país estaban mal diseñadas. Un país de estructuras deficientes no supera el PIB de Alemania en 1969 y 2007 posee un PIB superior al de Alemania, Francia y Gran Bretaña juntos, siendo cuatro veces superior al de China.

Japón figura entre los países con un sistema educativo más eficiente; y España, por diversas razones, entre los de educación más frágil. Los políticos españoles le echan la culpa a los padres, que se inhiben de cooperar, a la desidia de los estudiantes y a la impericia de los educadores; y se proponen arreglar las cosas reformando la ley de educación. Los educadores españoles le echan la culpa al gobierno, que no dedica a la educación los recursos necesarios y apelan para demostrarlo al exorbitante número de interinos. Ninguno atina con la causa más importante del desastre. Mientras en Japón el éxito laboral depende exclusivamente del historial académico de la persona, en España maldita la importancia que se le da. Aquí lo que valen son las oposiciones, muchas de cuyas plazas van para los enchufados del gobierno. Y a nivel de empresa, para los enchufados de la empresa. Y los muchacho, que no son tontos, se preguntan: ¿Para qué estudiar, si luego el mérito académico no se reconoce, ni sirve para abrirse un futuro?

Pero el escándalo más grande de la universidad española está en que en la mayoría de los centros los licenciados en historia no saben quién fue Minamoto no Yoritomo, ni los licenciados en bellas artes saben quién fue Hiroshige, ni los de literatura saben quién fue Hitomaro, ni los de estética saben quién fue Rikyû. Pero en Japón sí conocen al Cid, Velázquez, Cervantes o Antoni Gaudi. Por supuesto en España hay excepciones gloriosas.

Pero más importante que conocer los nombres es conocer la realidad: ver los grabados de Hiroshige, leer los poemas de Hitomaro, conocer directamente el ikebana o la ceremonia del té.

Los medios informativos

¿Cómo es posible que acerca de la segunda economía mundial nuestros medios informativos apenas nos den noticias? ¿Y cómo es que de las pocas que nos dan o la mayoría sea sobre la crisis financiera o sobre desastres naturales? Los medios parecen interesados en crear la impresión de que no es tan grande Japón como parece, que Aquiles tiene su talón vulnerable y que la Venus del espejo de Velázquez tiene una vértebra de más. Si hablan de Nueva York, no se olvidarán de los bloques cochambrosos de Harlem. Si de Manila, hablarán del famoso vertedero Smoky Mountain. Si de París, de las ratas de las alcantarillas. Todo ello halaga mucho a la soberbia de los lectores, que no toleran que se alabe mucho a otros países, como si ello derogara la excelencia del nuestro.

Ningún país es el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Y los países grandes, como la Grecia antigua, como la España del renacimiento, son los que adoptan los valores de los demás sin complejos de ninguna clase y sin perder el tiempo demorándose en estudiar las miserias ajenas.

Recuerdo un largo programa sobre Japón en el que interveníamos Sánchez Dragó como moderador, Luis Carandel, Isidro Palacios, Federico Lanzaco y yo. Al terminar la primera parte, el productor o director del programa nos instó a mencionar algún defecto del país, porque no hacíamos más que alabar sus virtudes. Un contertulio se negó a criticar nada. Yo, por decir algo, mencioné el mito de que los extranjeros son incapaces de entender la cultura japonesa, un infundio muy extendido entre los intelectuales de Japón. Difícil sí, pero no imposible. Pero yo me preguntaba: ¿Qué beneficio reportará a los televidentes conocer los defectos o deficiencias de Japón, cuando hay tanto bueno que conocer para subsanar nuestros propios errores?

Antonio Cabezas
17-2-2008


lunes, 22 de febrero de 2010

"EL CANTAR DE GENJI", de MURASAKI SHIKIBU

"El cantar de Genji" es una obra ficcional escrita a comienzos del siglo XI por una dama de palacio conocida por su seudónimo "Murasaki Shikibu". Sitúa la acción unos setenta años atrás, y narra la vida del príncipe Genji, héroe tan apuesto como refinado. La novela, indiscutiblemente la mejor de la literatura japonesa, consta de 54 capítulos extensos. Su ritmo es reposado y reflexivo, la acción pausada, pero posee un realismo poderoso y una penetración sicológica sorprendente.

El fragmento del capítulo quinto que presentamos describe cuando Genji, de diecisiete años y ya casado (pero enamorado de su madrastra Fujitsubo) encuentra por primera vez a Murasaki, una niña que llegaría más tarde a ser su gran amor.


Era largo el sol de primavera en el monte, y estando Genji ocioso, al atardecer, a la hora en que una bruma ligera envolvía las montañas, se fue a contemplar el seto de zoisias que había visto por la mañana. Mandó a sus vasallos que volvieran al templo cercano y se llevó de compañía sólo a Koremitsu. Justo frente al seto, en la casa vecina, había una monja que rezaba ante el altarcito de su oratorio. La persiana estaba algo levantada y se la veían ofrecidas florecillas a Buda. Estaba sentada sobre el tatami, cerca de una columna, en el centro de la habitación, y tenía una sutra abierta sobre el taburete del brazo. Parecía enferma, y por la manera como leía se notaba que no era una simple monja. Su edad como cuarenta años, su tez muy blanca, distinguida de aspecto, y aunque algo delgada, tenía las mejillas ligeramente mofletudas. Los ojos eran hermosos. Su cabello, corto y lacio, parecía darle más prestancia y atractivo que si lo hubiese llevado largo.

En la habitación había también dos o tres señoras ya maduras y muy hermosas. Varias niñas entraban y salían, jugueteando. Una de ellas, como de diez años, que vestía un kimono amarillento sobre chambra blanca, y que entró de pronto a la carrera, poseía unos rasgos finísimos imposibles de describir. Algún día sería una belleza. Los cabellos le caían lacios por la espalda, suavemente abiertos como un abanico. Parecía acabar de llorar, y tenía las mejillas enrojecidas como de habérselas restregado para enjugarse las lágrimas. Se acercó a la monja y se quedó allí parada.

La monja levantó su cara, interrumpiendo la lectura.

- ¿Qué te pasa? ¿Te has enfadado con las amiguitas?

Las dos caras se parecían y Genji pensó si no serían madre e hija.

- Inuki ha soltado mi gorrioncito. Yo que lo tenía en una cestita para que no se escapara...

Lo deciá con mucho sentimiento. Una de la mujeres dijo:

- Otra vez esa tontorrona tiene que disgustar a la señorita. ¡Es insoportable! ¿Y a dónde se habrá ido el gorrión? ¡Ya que se había acostumbrado y con lo bonito que era! Si ahora se escapa y lo encuentra los pajarracos del monte, ¿qué va a ser de él?
Y mientras así hablaba, se incorporó. Vuelta de espalda, con su pelo largo lánguidamente caído, y sus movimientos elegantes, daba la impresión de ser una mujer distinguida. Las otras se dirigían a ella llamándola "ama Shonagon", por lo que debía de ser la nodriza de la niña. La monja habló de nuevo dirigiéndose a la niña:

- Y tú, siempre tan niña chica. Yo no sé si me voy a morir hoy o mañana, y tú sin pensar en eso, preocupándote de tu gorrión. ¿No te he dicho muchas veces que a nuestro Señor Buda no le gusta que metas los gorriones en una cesta? Ven aquí.
La niña se sentó. Su rostro era bellísimo. Las cejas, finas y alargadas. Todo en ella, la frente sobre la que caía naturalmente su flequillo infantil, y la suavidad del cabello, indicaban una hermosura exquisita.


Genji la imaginó ya mayor, y dibujó en su fantasía la figura de una mujer soberbia. Y en el momento en que se preguntaba por qué se sentiría tan cautivado por aquella chiquilla, Genji se dio cuenta de que era por parecerse a su anhelada princesa Fujitsubo. Lágrimas de cariño le corrieron por la cara.

La monja acariciaba el cabello de la niña.

- No te gusta peinártelo, ¡pero tienes un pelo tan bonito! Eres tan niña que me traes preocupada. A tu edad muchas niñas no son así. Cuando tu madre la princesa tenía doce años se le murió su padre, y ya ella sabía lo que es tener pena. ¿Y qué va a ser de tí cuando yo me muera?

Y como la monja no dejaba de llorar, hasta Genji, que lo veía todo, acabó por entristecerse. La niña se quedó un rato mirando muy seria la de la monja, y luego bajó la frente. El cabello, cayéndole sobre el rostro, brillaba con un fulgor sereno. La monja recito:

No sabe el rocío
si irá a entallecerse la joven yerba, y no tiene entrañas de desvanecerse.
Una de las señoras se conmovió y dijo llorando:

¿Acaso el rocío irá a disiparse antes que sepa si la yerbecita llegara a buen talle?

En este momento entró el pavorde de la sala contigua, y dijo:

- Esta sala está demasiado expuesta a la vista. ¿Y hoy precisamente os ponéis junto a la veranda? Acabo de enterarme de que el coronel Genji ha venido a ver al ermitaño del monte, a curarse de unas tercianas. Ha sido todo en sigilo, y aunque estoy tan cerca, hasta ahora no he podido cumplimentarlo.

- ¡Válgame! ¿Nos habría visto así alguien de su séquito?
Y cuando se oyó que la monja decía esto, bajaron la persiana. El pavorde añadía:

- ¿No os gustaría conocer en persona al Señor Genji, que tanta fama tiene? Hasta a los monjes como nosotros que estamos apartados del mundo, cuando vemos su rostro, se nos olvida la vanidad de esta tierra. Parece que hasta nos quitan años de encima. Por lo pronto, voy a escribirle una misiva.

Genji volvió a la ermita del monte, por si al pavorde se le occuría salir a buscarlo. Y penso: He descubierto a una muchacha hermosísima; por encuentros como éste siempre quieren salir de viaje los jóvenes de mi séquito; por capturas como ésta; lo poco que salgo de la Capital, y cuando lo hago me encuentro con esta sorpresa; y la chica, bien bonita que es; ¿qué abolengo tendrá?

Y Genji ponderaba: ¡Si pudiera tenerla conmigo y consolarme de no poder acercarme a la que yo quiero, y que tanto se le parece!


Traducción: Antonio Cabezas

La Mujer En El Man'yôshû

LA MUJER EN EL MAN’YÔSHÛ

La primera y máxima novela japonesa,”Historia de Genji”, fue escrita por una mujer, Murasaki, en 1008. El primero y máximo ensayo, “El libro de la almohada”, fue también escrito por una mujer, Sei Shônagón, el año 1000. El primero y máximo diario, “Diario de efímera”, fue escrito por una mujer, la madre de Michitsuna, el año 975. La iniciadora del género teatral de Kabuki fue Okuni, una mujer, algo después de 1600. Y en lírica, cuya primera antología es el Man’yôshû, publicado en 760, la mujer tuvo también una contribución trascendental, como veremos en este artículo.

El Man’yôshû fue publicado después de cien años de compilación e integración. Son 4.500 poemas, casi todos tanka o waka, coplas que podían cantarse y bailarse, de cinco versos de 5-7-5-7-7 sílabas respectivamente. El 70 % de las tankas del Man’yôshû son cantos de amor. De forma que la mujer es autora o receptora de casi todas las canciones de la antología. De los 631 poetas de nombre conocido, 70 son mujeres. Y entre los poemas anónimos, muchos son obra de mujeres, según se colige por el contenido de los mismos.

Los investigadores japoneses han dividido esta antología (que originalmente está compuesta por veinte libros) en cuatro épocas:

Primera, autores que escribieron entre 630 y 672, año en que muere el emperador Tenji.

Segunda, de 672 a 710, año en que muere el gran Hitomaro.

Tercera, de 710 a 733, año en que muere Ôkura.

Cuarta, de 733 a 760, año de publicación de la antología.

Del Man’yôshû sólo existe al presente una traducción al español, la realizada por mí y publicada por Hiperión en 1980. Como mi versión no le gusta a todos, en las citas que aparecen en este artículo pondré siempre una trascripción del texto original y el número del poema dentro de la antología.

Pues bien, en todas las épocas sobresalen magníficas poetisas. Lo más notable es que en la primera época, antes de que surgiera el patriarca Hitomaro, la máxima figura es la princesa Nubada, que de ese modo, y a pesar de lo exiguo de su producción conservada (una oda y ocho tankas), puede considerarse la matriarca de la lírica japonesa. Veremos tres poemas de esta mujer de vida fascinante, pues fue primero amante del príncipe Ôama, hermano menor del emperador Tenji; este monarca se enamoró de ella y la hizo consorte secundaria suya, aunque al parecer aún mantenía ella relaciones furtivas con Ôama, como puede verse en este poema, escrito para su amante secreto:

Akane sasu Cruzas lo acotado,

murasaki-no yuki cruzas rubios campos

shimeno yuki de eritrorrizas

nomori mizu ya y va a verte el guarda

kimi ga sode furu (20) ondearme el brazo.

Cuando murió Tenji en 673, Ôama ascendió al trono, llamándose Tenmu. Pero murió en 686; a uno de sus hijos, llamado Yuge, Nubada envió este poema en recuerdo de su antiguo amor:

Inishie ni Pájaro que añora

kouramu tori wa la edad que pasó

hototogisu es el cuclillo.

kedashi ya nakishi Estará llorando

aga kouru goto (112) lo que añoro yo.

Finalmente veamos este poema, que escribió esperando el retorno te Tenji de alguna ausencia:

Kimi matsu to Cuando te esperaba

aga koi oreba sufriendo de amor,

waga yado no en mi morada

sudare ugokashi movió las persianas

aki no kase fuku (488) el viento de otoño.

De la emperatriz Iwanohime, consorte del emperador Nintoku (siglo IV) se ha conservado este viejo poema:

Kima ga yuki ya van muchos días

ke nagaku narinu que dura tu ausencia.

yama tazune ¿Iré a los montes

mukae ka yukamu para recibirte?

machi ni ka matamu (85) ¿Seguiré en mi espera?

La emperatriz Yamato, consorte principal de Tenji, escribió:

Ama no hara Yo miré hacia arriba,

furisake mireba hacia el firmamento,

ôkimi no y vi la vida

mi-inochi wa nagaku de mi emperador,

ama tarashitari (147) que llenaba el cielo.


Durante el segundo periodo destacan ocho autoras, de las cuales citaremos poemas de tres.

La emperatriz Jitô (reinó 687-697) escribió este poema paisajístico:


Kitayama ni

tanabiku kumo no

aokumo no

hoshi hanareyuki

tsuki o hanarete (161)


Una nube azul,

nube que fluctúa

por Monte Kita,

cruza las estrellas

y cruza la luna.


Yosami, esposa del inmortal Hitomaro, escribió al despedir a su esposo, que salía de viaje:


Na omoi to

kimi wa iedomo

awamu toki

itsu to shirite ka

aga koizaramu (140)


Tú me repetías

“No me quieras tanto”.

Si yo supiera

cuándo vuelvo a verte

¿te quería tanto?


La señora Abe, esposa de Nakatomi no Azumato, escribió para él estos dos poemas:


Wagaseko wa

mono na omoi so

koto shi araba

hi ni mo mizu ni mo

waga nakenaku ni (506)

Wagaseko wa

keseru koromo no

harime ochizu

komorinike rashi

waga kokoro sae (514)


Hijo, no caviles

ni pases tormentos,

que si es preciso,

por tí pasaré

el agua y el fuego.

Hasta el corazón

tengo yo metido

en los pespuntes

que le di al kimono

que llevas vestido.


Del tercer período citaremos a la emperatriz Genshô (reinó 716-724), a la señora Sakanoe, hermana del gran poeta Tabito, la cual se casó tres veces, y a la señora Kasa, amante de Yakamochi, compilador principal de la antología.

Genshô escribió esta tanka al cuclillo:


Hototogisu

nao mo nakanamu

moto-tsu-hito

kaketsutsu moto na

a o neshi naku mo (4437)


Pájaro cuclillo,

cántame aún más

y llama tanto

a los que se fueron,

que me hagas llorar.


La señora Kasa envió a Yakamochi este cantar:


Ame-tsuchi no

kami no kotowari

naku wa koso

waga omou kimi ni

awazu shiniseme (605)


Para que yo muera

sin volver a verte,

era preciso

en cielos y tierra

que los dioses yerren.


Y de la señora Sakanoe recordaremos tres poemas dirigidos a Yakamochi:


Komu to iu mo

konu toki aru o

koji to iu o

komu to wa mataji

koji to iu mono o (527)

Are nomi so

kimi ni wa kouru

wagaseko ga

kou to iu koto wa

koto no nagusa so (656)

Itoma nami

kimasanu kimi ni

hototogisu

are kaku kou to

yukite tsuge koso (1498)


Cuando dices “Vengo”

a veces no vienes

y no prevengo

si dices “No vengo”

que vengas a verme.

Yo soy la que quiere,

solamente yo,

que tu me dices

que me estás queriendo

por consolación.

Al que nunca viene

por no tener tiempo,

pájaro cuco,

ve volando y dile

lo que estoy sufriendo.


En la cuarta época sobresalen dos poetisas ilustres: Chigami, vestal diaconisa en Ise, que se enredó en unos amores prohibidos con un samurai llamado Yakamori, al que envió 23 cantares; y la señora Ki, esposa del príncipe Aki, y tras la caída política de su esposo, amante de Yakamochi.

Veamos una tanka de Chigami:


Ame-tsuchi no

sokoi no ura ni

aga gotoku

kimi ni kouramu

hito wa sane araji (3750)


No hay en lo más hondo

de tierras y cielos

ni una persona

que quiera a su amante

como yo te quiero.


Y una de la señora Ki:


Tama no o o

awao ni yorite

musuberaba

arite ato ni mo

awazarame ya mo (763)


Si nos ensartamos

como en los collares

están las perlas,

¿podrá ser que luego

de mi te separes?


La mayor parte de los poemas del Man’yôshû son anónimos. Veamos cuatro escritos obviamente por mujeres:


Wagaseko o

ado ka mko iwamu

Musashi-no no

ukera-ga-hana no

toki naki mono o (3379)

Ine tsukeba

kakaru aga-te o

koyoi mo ka

tono no wakugo ga

torite nagekamu (3459)

Wagaseko ni

waga koi oreba

waga yado no

kusa sae omoi

uraburenikeri (2465)


¿Qué quieres, querido,

que te diga a ti?

Soy flor del cardo

de campo Musashi

y sé persistir.

Mi mano agrietada

de moler arroz

¿la cogerá

llorando esta noche

mi joven señor?

De lo que yo quiero

al amado mío

hasta las hierbas

que hay en mi jardín

han languidecido.

Tachibana no

moto ni waga tachi

shizue tori

naramu ya kimi to

toishi kora wa mo (2489)


Yo soy la que un día

al pie de un naranjo

cogió una rama

y te preguntó:

¿Da fruto tu árbol?


Desde nuestra atalaya histórica del siglo XXI la época del Man’yôshû, cuando se gestaba la nacionalidad japonesa, fue bastante moderna. En primer lugar, la diosa suprema era una mujer, la deidad solar Amaterasu (Celibrillante). De los quince monarcas que reinaron en aquella época (593-760), siete fueron mujeres: Kôgyoku (641-5) y la misma bajo el nombre de Saimei (655-64), Jitô (687-97), Genmyô (710-16), Genshô (716-24), Kôken (749-58), que volvió a reinar bajo el nombre de Shôtoku (765-70).

En las letras la contribución de la mujer no pudo ser más eminente. La posición social de la mujer variaba según se tratase de las zonas rurales y los estamentos populares, por una parte, y por otra la alta nobleza. El pueblo se regía por una monogamia estricta, aunque el marido podía divorciar a su esposa en siete supuestos: adulterio, celos desbocados, desobediencia, locuacidad, robo (se supone que sería lo que en el Japón moderno se conoce como “hesokuri”), esterilidad y enfermedad repugnante. Los monarcas y los nobles podían tener varias esposas, aunque los nobles debían mantenerlas en domicilios diferentes.

En el Man’yôshû se observa que la mujer podía hacer avances al varón y mostraba una actitud de igualdad en las relaciones y en los sentimientos amorosos.

El poeta Mushimaro presenta una breve oda a la orgía que se celebraba en el monte Tsukuba una vez al año:

En Monte Tsukuba,

donde el águila vive

y en monte Mohaki

al lado de la fuente

se dan la cita

los hombres y las hembras

y se reúnen

a cantar y bailar.

Me mezclaré

con esposas ajenas

y que otros hombres

cortejen a mi esposa.

Pues la deidad

que rige estas montañas

ya desde antiguo

no niega su licencia.

Tan solo hoy

“Tú, no me compadezcas”,

“Mujer, no me reproches” (1759).

Mushimaro también ha conservado cuatro baladas o romances famosos:

El romance de Unai (1809), la muchacha que se suicidó por no saber decidirse por ninguno de sus dos pretendientes.

El romance de Tamana (1738), la mujer fatal.

El romance de Tegona (1807), una belleza que murió ahogada en plena juventud.

Y el romance de la joven del puente (1742), una bella desconocida que cruza un puente.

No soy yo sino el inglés Arthur Waley, máximo orientalista de todos los tiempos, quien señaló en 1941 el parecido entre la lírica del Man’yôshû y la lírica popular andaluza. A los poemas amorosos del Man’yôshû Waley los llamaba “epigramas populares, que carecen totalmente de influencias cultas y literarias”. Y decía: “Si queremos hallara un paralelo dentro de la poesía europea será en las coplas del sur de España”.

No sólo se parecen en ser poemas cortos casi de idéntica longitud (31 sílabas de la tanka por 32 de cuarteta española o 29 de la seguiriya gitana”, en poderse cantar y bailar, en permitir ligeras irregularidades métricas (en japonés se llama ji-amari), en no condenar las refundiciones de viejos poemas para mejorarlos o enaltecerlos (como Picasso pintó su versión de “Las Meninas”), sino también, y sobre todo, en contener en mucha frecuencia los mismos sentimientos. Se parecen incluso en utilizar los mismos recursos estilísticos.


Cuando dices “Vengo”, Quiero decir y no digo

no vienes a veces. y estoy sin decir diciendo.

Y no prevengo, Quiero y no quiero querer

si dices “No vengo”, y estoy sin querer queriendo.

que vengas a verme (527).

No hay en lo más hondo Te quiero más que el vivir,

de tierras y cielos más que a la tierra y el cielo,

ni una persona más que a mi padre y mi madre

que quiera a su amante y más quererte no puedo.

como yo te quiero (3750).

Cómo padecía Estoy durmiendo y soñando

viéndote en mis sueños que estás a la vera mía.

y al despertar Despierto y me hallo sin tí.

hice por tocarte Vuelvo a la misma fatiga.

y no hallé tu cuerpo (741).

Sé que nuestro amor De noche no duermo

es un imposible de día tampoco.

y cuando quiero Sólo en pensar

contemplarte en sueños, en mi compañera

no puedo dormirme (2412). me vuelvo yo loco.

Hijo, no caviles Si el sol que sale te ofende,

ni pases tormentos, con el sol yo peleara,

que si es preciso aunque me cueste la muerte.

por ti pasaré

el agua y el fuego (506).

Llovizna en los campos En el campito llueve,

un atroz chubasco. mi amor se moja.

Del aguacero ¡Quién fuera chaparrito

ven a guarecerte lleno de hojas!

debajo de mi árbol (2457).

No hay tiempo ninguno Cuando viene el día,

que yo no te quiera, tengo algún consuelo,

pero a la tarde pero en llegando

siento que te quiero a la nochecita

con todas mis fuerzas (2373). ciego yo y no veo.

De lo que yo quiero Ayer tarde salí al campo

al amado mío a llorar por mi sentir

hasta las hierbas y a un árbol que me escuchaba

que hay en mi jardín se le secó la raíz.

han languidecido (2465).

Que aquellos que nazcan A mis enemigos

cuando muera yo no les mande Dios

jamás se metan, estas duquelas

como me he metido, negritas de muerte

en cosas de amor (2375). que a mí me mandó.

Qué pena de ver Cada vez que veo el sitio

la playa en que un día dónde te solía hablar

me paseaba comienza mi corazón

con la que voló gotas de sangre a llorar.

como hoja caída (1796).


Los ejemplos de similaridad podrían multiplicarse hasta llegar a muchos cientos. Las mujeres y hombres del Man’yôshû sentían el amor con el mismo apasionamiento característico de los españoles y otros muchos occidentales. Ahora bien, la semejanza va más allá, a las metáforas que emplean japoneses y españoles, que están tomadas de la naturaleza. En Japón es comparada a ciertas flores y plantas: sauce llorón, las ondeantes algas, la clavellina (en japonés, nadeshiko), el alberchiguero, la milecia florida, la rubia o eritrorriza, la glicina... También es comparada con la nieve, el agua que pasa, un monte con niebla, las perlas, la luna creciente...

Tanto en Japón como en España el amor va unido a la muerte y a la pena:


Si el amor me mata Por esto que a mí me pasa

culparán a un dios nadie me tenga dolor,

sin reparar que yo por mis propias manos

que la culpa ha sido me busqué mi perdición.

en mi corazón (3566).

He pensado en tí Ojitos de terciopelo,

todo un largo día labios de clavel morado,

de frío y niebla. no me des más que sentir,

Ya cerró la noche. que ya bastante me has dado.

¿No te bastaría? (1894).


Téngase presente que en 1185, al comenzar la época feudal, que duró hasta 1868, la posición de la mujer se deterioró bastante, celebrándose todos los matrimonios por convenio de los padres sin que la muchacha pudiera rechistar. Y bajo los Tokugawa en las mismas relaciones conyugales el amor quedó proscrito, al menos oficialmente, por ser raíz de celos y desavenencias. Esta situación no cambió substancialmente hasta después de la segunda guerra mundial.

Pero hay dos características del amor japonés que no han cambiado a través de la historia y que difieren de la mentalidad española. La primera es que para los japoneses el amor no pierde en intensidad y belleza porque no sea eterno, “hasta que la muerte os separe”. Por el contrario, en Japón encuentran más hermoso el amor por ser algo frágil, efímero y caedizo.

La segunda característica es que la atracción mutua que se siente en el amor era interpretada en Japón como consecuencia del sino (el karma) procedente de las vidas anteriores. Así se estuvo creyendo mientras el budismo fue la religión mayoritaria, pues al presente el japonés medio es agnóstico o materialista, sin creer en reencarnaciones ni entelequias místicas.

No podemos olvidarnos de algunos de los magníficos cantares dedicados a la mujer y escritos por los mejores poetas del Man’yôshû.

De Hitomaro (636-710), máximo poeta de la antología, y de toda la historia de Japón:


Inishie ni

arikemu hito mo

aga koto ka

imo ni koitsutsu

inekatezu kemu (497).

Ima nomi no

waza ni wa arazu

inishie no

hito so masarite

ne ni sae nakishi (498).

Kamo-yama no

iwane shimakeru

ware o ka mo

shirani to imo ga

machitsutsu aruramu (223).

Ame-tsuchi to

iu na no taete

araba koso

imagi to are to

au koto yamame (2419).

¿Pasarían noches

los hombres de antaño

sin dormir nada,

pensando en su amada,

como yo las paso?

No es de hoy el llorar

por amor perdido,

que los de antaño

qué no llorarían

que hasta daban gritos.

No sabrá mi esposa

cómo muero echado

en una roca

del monte de Kamo

y estará esperando.

Dejaré yo entonces

de estar a tu vera

cuando no quede

ni siquiera el nombre

de cielos y tierra.

Ariso koshi

hoka iku nami no

hoka-gokoro

are wa omowaji

koite shinu to mo (2434).

Ôtsuchi wa

toritsukusu to mo

yo no naka no

tsukushienu mono wa

koi ni shi arikeri (2442).

Tsurugitachi

moroha no toki ni

ashi fumite

shinaba shinamu yo

kimi ni yori te wa (2498).

Haruyama no

kiri ni matoeru

uguisu mo

are ni masarite

mono omowameyamo

(1892).

Koi suru ni

shisuru mono ni

aramaseba

a ga mi ni chitabi

shinikaeramashi (2390).


Mi amor no es la ola

que salta el rompiente

y retrocede.

De ti no me aparta

ni la misma muerte.

Puede que la tierra

cavando se acabe,

pero en el mundo

faltar el amor,

eso ya no cabe.

Hollaría el filo

de espadas y dagas;

y aunque muriera

moriría alegre

si me lo rogaras.

Ni el ruiseñor solo

perdido en la niebla

de primavera

llora por su hembra

como yo por ella.

Si fuera verdad

que el querer es siempre

como el morir,

yo me hubiera muerto

un millar de veces.


De Akahito (?-736), llamado divino igual que Hitomaro:



Suma no ama no

shioyaki kinu no

narenaba ka

hito hi mo kimi o

wasurete omowanu (947).

Como en playa Suma

se hace a su atavío

el salinero,

hecho a ti, no te echo

ni un día al olvido.

Misago iru

isomi ni ouru

na-nori sono

na wa norashte yo

oya wa shiru to mo (362).

Shio hinaba

tamamo karitsume

ie no imo ga

hamazuto kowaba

nani o shimesamu (360).


Dime si te llamas

Concha, cuál la concha

que está en la playa

de las atahormas,

aunque tu madre te oiga.

Baja la marea,

iré a coger algas,

que si mi esposa

pide un suvenir

¿qué le voy a dar?


De Yakamochi (718-785), principal compilador de la antología:


Kou to iu wa

e mo nazuketari

iu sube no

tazuki mo naki wa

aga minarikeri (4078).

Ima shihashi

na no oshikeku mo

ware wa nashi

imo ni yori te wa

shitabi tatsu to mo (732).

Yume no ai wa

kurushikarikeri

odorokite

kakisaguredomo

te ni mo fureneba (741).


El nombre de amor

está muy bien puesto.

Lo que no sé

qué nombre ponerle

es lo que yo siento.

A mi no me importa

mi reputación.

Si es por tu causa,

que caiga mil veces

sin apelación.

Cómo padecía

viéndote en mis sueños.

Y desperté,

hice por tocarte

y no hallé tu cuerpo.


Se me olvidaba decir que la mayoría de estos poemas no eran piezas literarias, sino mensajes amorosos que se enviaban los amantes entre sí, siendo publicados posteriormente como obras de arte. Primero saltaban a la vida, luego a las letras.

En el drama de Nô titulado “Takasago”, historia de un matrimonio anciano, él es el dios del templo de Suminoe y ella la diosa del templo de Takasago, simbolizando respectivamente el Man’yôshû varonil y el Kokinshû femenino. El Kokinshû es una antología de mil poemas, publicada el año 905, que algunos japonólogos occidentales han declarado el canon del clasicismo de la lírica japonesa. No se unen a esta canonización los críticos japoneses, que señalan unánimes al Man’yôshû como antología primordial y suprema. En el prólogo al Kokinshû Ki no Tsurayuki, compilador y editor, exalta a Hitomaro y Akahito como poetas divinos. Aunque en el drama de Nô “Takasago” el Man’yôshû aparece como obra de espíritu varonil, la feminidad está plenamente representada, así como en el Kokinshû aparecen poetas de una virilidad manifiesta, como Narihira, el héroe romántico del Ise-monogatari.

En los 150 años que van desde la publicación del Man’yôshû a la de Kokinshû, el mundo de la lírica japonesa está dominado por los rokkasen o “seis maestros”, siendo los dos principales Narihira y la bellísima y apasionada Komachi. El yin y el yang no están repartidos por obras líricas diferentes, sino que aparecen por igual en las dos grandes antologías fundacionales. Es cierto que Tsurayuki y sus colegas pretendieron reglamentar la lírica y hasta cierto punto lo consiguieron, por desgracia para el género, que se agotó encorsetado por reglas minuciosas y excesivas, pues tras la aparición del Shin-kokinshû en 1205 la tanka cede la hegemonía, primero a la renga y luego al haiku, no volviendo a levantar cabeza hasta su renovación y modernización a cargo de Yosano Akiko y Takuboku a comienzos del siglo XX.

Antonio Cabezas